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A cinco años del Acuerdo de París, America Latina y el Caribe es un ejemplo climático

Aunque algunos advirtieron que los problemas de corto plazo opacarían a los de largo plazo, si hay algo que nos ha enseñado la crisis del COVID-19 es la interrelación que hay entre los temas ambientales y sociales. La implementación del Acuerdo de París en la región debería ser una hoja de ruta para la recuperación.

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En febrero de 2020, hice una presentación a la alta gerencia de BID Invest sobre el Acuerdo de París y la Agenda 2030. No podía imaginar que, un mes después, el mundo entero iba a cambiar.

Teniendo como contexto que este sería el quinto aniversario del Acuerdo de París, en aquella presentación, invité a la alta gerencia a pensar en cómo, al ser una institución que aspira a tener una actitud inteligente y comprometida respecto a los desafíos climáticos, nos alinearíamos a dicho acuerdo, apoyando a un sector privado comprometido con responder a la emergencia climática.

Hay que tener en cuenta que este Acuerdo y la Agenda 2030, aunque parecen separadas, tienen un hilo conductor importante: de no preservar y valorar nuestro medio ambiente, no podremos crecer y florecer como seres humanos en una sociedad equitativa y con una economía próspera.

Acababa entonces de celebrarse la cumbre COP 25 en Madrid, liderada por Chile, bajo el lema de “aumentar la ambición”, donde hubo una movilización importante de la sociedad civil y el sector privado. Este último reafirmó su compromiso de acompañar a los gobiernos en sus esfuerzos por elevar su ambición. Un ejemplo claro fue la delegación de más de 25 personas del Grupo Sura, una de las principales empresas multilatinas del sector financiero, que participó activamente de los diálogos del sector privado para apoyar la transición hacia una economía baja en carbono y resiliente al clima.

El 2020 también generaba gran expectativa porque sería el primer año en que se revisarían los avances de las Contribuciones Determinadas a nivel Nacional (CDN) de los países. Entre los más de 25 mil asistentes de 196 países en la COP 25, hubo consenso de que estábamos contra reloj para que los países establezcan metas más ambiciosas.

Este año, sin embargo, de un golpe se desdibujó esa hoja de ruta. Ante el COVID-19, los países de América Latina y el Caribe (ALC) han sido especialmente vulnerables. La urgencia de la crisis sanitaria ha creado el riesgo de retroceder la agenda climática al derivar en una crisis social.

Aunque algunos advirtieron que los problemas de corto plazo opacarían a los de largo plazo, si hay algo que nos ha enseñado la crisis del COVID-19 es justamente la interrelación que hay entre los temas ambientales y sociales. El COVID-19 es una enfermedad zoonótica, causada por la presión ejercida sobre la biodiversidad por el cambio de uso de suelo y la deforestación, y que provocó un cambio del equilibrio del ecosistema que llevó al salto del virus a los humanos.

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Por ello, existe una relación directa entre el eslogan que llama a “reconstruir mejor” nuestro futuro post-pandemia, y la necesidad de seguir aunando esfuerzos para una mayor ambición hacia el cumplimiento del Acuerdo de París. La buena noticia es que muchos planes de recuperación que se van conociendo, por ejemplo, en Europa y Canadá, integran al cambio climático como uno de los focos centrales para otorgar apoyo al sector privado.

Esta relación entre ambas crisis no se ha perdido de vista en la región. No sólo no hemos visto un retroceso de la agenda climática, sino que hemos visto mayores compromisos y ambición en las CDN que están siendo anunciadas, como las de Colombia, Chile, Jamaica y Surinam. Del total de 13 CDN actualizadas, cuatro son de ALC. A nivel local, ciudades como Río de Janeiro, Ciudad de México y Buenos Aires están liderando planes de mitigación y adaptación.

El sector privado no se ha quedado atrás, y mantiene su compromiso de acompañar las políticas públicas para alcanzar el Acuerdo de París. Por ejemplo, Engie Chile viene implementando el primer proyecto a nivel mundial de descarbonización de sus operaciones, de la mano de BID Invest, que consiste en monetizar la reducción de emisiones, lo que le permite acelerar su plan de expansión de energía renovable.

A cinco años del Acuerdo de París, América Latina y el Caribe está siendo un ejemplo de constancia en sus esfuerzos para impulsar la agenda. Pero es claro que tales esfuerzos no son suficientes. Ante ello, las entidades multilaterales también hemos asumido una responsabilidad de incrementar nuestro financiamiento climático. Así, BID Invest esta enfocado en fomentar estrategias para los negocios sostenibles: promoviendo un sector financiero sostenible; catalizando recursos para proyectos sostenibles; e incorporando la resiliencia para una inversión inteligente.

Con el COVID-19, este compromiso no ha perdido relevancia. Nuestro trabajo fue reenfocado en la recuperación, pero bajo la premisa de seguir elevando la ambición. Por ejemplo, con Davivienda en Colombia, se diseñó un nuevo producto financiero para atender las necesidades de corto plazo e impulsar la descarbonización de su cartera, gracias a recursos de financiamiento mixto.

Hoy a finales del 2020 podemos decir que hemos logrado financiar más de 4.5 mil millones de dólares en estos últimos 5 años, y hemos movilizado cerca de 10 mil millones de dólares adicionales para la región. Nuestro nuevo plan de acción recientemente aprobado incluye continuar profundizando estas acciones, evaluando la alineación de las inversiones al Acuerdo de París e implementando las recomendaciones del Grupo de Trabajo sobre Divulgaciones Financieras relacionada con el Clima, del cual nos adherimos hace un año.

La región ha demostrado que COVID-19 no parará su compromiso con las generaciones futuras. Y BID Invest está aquí para acompañarla.

 

 

Autores

Hilen Meirovich

Hilen lidera el equipo de Servicios de Asesoría en Cambio Climático de BID Invest, adonde ingresó en 2017. Es responsable de desarrollar estrategia

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