¿Por qué la inclusión social es buena para los agronegocios?
América Latina y el Caribe es la mayor exportadora neta de alimentos a nivel mundial. Además, tiene un tercio de las reservas globales de agua fresca, más de un cuarto de las tierras de alto a mediano potencial y cerca del 40% de la biodiversidad. Sin embargo, tiene 14 millones de pequeños productores agropecuarios de carácter familiar en situación de vulnerabilidad que ocupan el 80% de las fincas, producen el 35% de las tierras y aportan entre el 40% y el 50% de los alimentos, según el estudio “La próxima despensa global: cómo América Latina puede alimentar al mundo”.
Brechas entre los productores agropecuarios
Tanto para producir ganado en Paraguay, café en Colombia o soja en Brasil, participan en simultáneo todos los tipos de perfiles de productores agropecuarios, desde los mega emprendimientos, hasta los pequeños productores y minifundistas, incluyendo las cooperativas. Aunque también existen figuras intermedias, como en Argentina o Uruguay donde las escalas se logran alquilando tierras. Este es un modelo de negocio ya maduro y competitivo donde quien produce no necesariamente es propietario de la tierra.
Sin embargo, en estos diferentes tipos de productores existen brechas cada vez más notorias en términos de escala, y de acceso al financiamiento, a los mercados, y a la aplicación de tecnología. Este problema se acentúa aún más entre los pequeños productores: solo un 5% tiene acceso al crédito formal y la continua fragmentación de la propiedad de las tierras por el factor hereditario (muchas veces con títulos imperfectos), juega en contra a la hora de lograr escalas mínimas.
El factor más determinante de esta brecha surge de los efectos del cambio climático (más evidente en América Central por el estrecho espacio entre ambos océanos) que, junto a un financiamiento escaso y oneroso, la volatilidad de precios, el avance de tecnologías cada vez más sofisticadas y las limitaciones en seguros climáticos, impactan en los ingresos de la economía familiar.
Esta situación lleva a que los más jóvenes prefieran migrar a los grandes centros urbanos que continuar con la agricultura familiar y así un tejido social importante en las comunidades rurales continúa deteriorándose. Solo en México, el porcentaje de personas que vive en el campo pasó del 57% en 1950, al 29% en 1990 y al 22% en el 2010, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México (Inegui).
David y Goliat
Mientras tanto, la consolidación de los propios productores podría facilitar a que la llamada “nueva generación de cooperativas” y otras formas de asociativismo logren volúmenes que mejoren su poder de negociación. En esa línea, la geopolítica y la lucha global por el suministro de materias primas sigue siendo estratégico para ciertos países, y puede representar una oportunidad para los productores. Prueba de esto es la irrupción de la empresa china COFCO, que adquirió Nidera y Noble Agri, o la japonesa Sumitomo Corp, que compró Agro Amazonia en Brasil.
En el otro lado de la cadena, si los entes reguladores aprueban las fusiones de Bayer-Monsanto, Dow-Dupont y Syngenta-Chemchina, estas empresas llegarían a controlar el 60% del negocio de semillas/biotecnología y el 70% de la industria de agroquímicos.
Soluciones para promover la inclusión en las cadenas
Entonces, ¿qué se puede hacer para promover la integración de las cadenas productivas? Mientras algunas empresas focalizan sus estrategias de compra de materias primas en los productores de mayor escala, otras buscan desarrollar a sus clientes más pequeños, no solo impulsados por un mayor enfoque social sino porque, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), estos tienen un potencial de crecimiento en productividad en caña de azúcar, lácteos o ganado vacuno de un 30% a un 50%.
Una posible solución, para que los pequeños productores puedan cerrar las brechas en productividad de forma sustentable es que la banca de desarrollo los financie a largo plazo, a través de fideicomisos o vehículos similares, junto a empresas ancla que asuman una parte del riesgo y además los apoyen con programas de asistencia técnica.
Un ejemplo de esta tendencia es el financiamiento estructurado que implementó BID Invest (conocido anteriormente como Corporación Interamericana de Inversiones) y la Corporación Financiera Internacional (IFC), junto a ECOM -una empresa global de café- y Starbucks para productores cafetaleros en Nicaragua que fueron afectados por la enfermedad de la roya.
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