En teoría, las instituciones financieras alientan el crecimiento, movilizando y canalizando los recursos de manera eficiente hacia donde serán más productivos. Si el sistema funciona bien, las instituciones financieras identifican y financian los mejores proyectos, apoyan la innovación, brindan los instrumentos para gestionar los riesgos, nutren a las pequeñas empresas y firmas de rápido crecimiento y alcanzan a una gran variedad de negocios. Con todo ello, impulsan una mayor productividad e inclusión financiera.
Un panorama del sector financiero
Si el sistema financiero no está a la altura de las circunstancias, las empresas de todos los sectores sufren el golpe, en especial las más pequeñas. Ese es el caso de América Latina y el Caribe, donde las tasas de interés tienden a ser más altas y el financiamiento a largo plazo más escaso que en otras regiones.
El Banco Interamericano de Desarrollo estimó que el desarrollo financiero general en América Latina y el Caribe es menor que en los mercados emergentes de Asia y mucho menor que en los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). Por ejemplo, los bancos de los mercados emergentes asiáticos y los países de la OCDE conceden más del doble del monto de crédito local al sector privado que los bancos de América Latina y el Caribe, según mediciones en porcentaje del PIB. Los márgenes de interés neto son mayores para los bancos de esta región –en algunos casos, son cuatro veces mayores– que en los países de la OCDE.
Asimismo, los mercados de capital de América Latina y el Caribe son de menor envergadura; esto obliga a las empresas más grandes a apoyarse excesivamente en los préstamos bancarios. En la región existe una oferta relativamente baja de instituciones financieras no bancarias –por ejemplo, compañías de seguros, y de arrendamiento y factoraje–, lo cual limita todavía más las opciones de financiamiento para las empresas.
Parte de este cuadro es explicable por distorsiones en el mercado regional. Las economías pequeñas, los altos índices de informalidad, la incertidumbre macroeconómica, la situación institucional débil y los índices bajos de ahorro son algunos factores que obran en contra de las instituciones financieras y crean condiciones desfavorables. Algunas de las consecuencias son:
- Escasez de financiamiento en moneda local y a largo plazo.
- Inclinación hacia los préstamos personales en lugar de préstamos para empresas o viviendas.
- Interés en empresas más grandes en detrimento de las más pequeñas.
- Financiamiento costoso.
- Mercados de capital sin liquidez ni profundidad.
- Escasez o falta de instrumentos de gestión de riesgos.
- Requerimientos estrictos de capitalización y garantía.
La existencia de una brecha tecnológica impide aún más el acceso al financiamiento en la región. Muchos prestamistas no han desarrollado los conocimientos necesarios ni han invertido en las nuevas tecnologías digitales que podrían ayudarles a reducir sus costos operativos, introducir nuevos servicios y llegar a segmentos no atendidos del mercado.
Un acceso reducido al financiamiento obstaculiza el crecimiento económico general. Y tiene un impacto particularmente negativo en muchas de las áreas de la economía que resultan cruciales para el desarrollo, como son las micro, pequeñas y medianas empresas, el comercio, las iniciativas ambientales, la vivienda asequible y los servicios de salud y educación.
En BID Invest, colaboramos con intermediarios financieros de toda la región para cerrar algunas de las brechas en estas áreas.